PARTE 6. La Zona (4)

PARTE 6. La Zona (4)

El Guia escucha al Escritor con la boca abierta.

– Yo creia que estaba jugando a un juego nuevo e interesante.- confieza el Escritor.- Lo tomé como una aventura. Y de pronto comprendi, amigo, que no era ninguna broma. Yo, a decir verdad, no creo mucho en esas maravillas. Pensé: pediré alli algo, de todos modos son cuentos. Y luego escribiré. Porque de eso nadie ha escrito nada todavia… No, Ojo de Lince, amigo mio, yo a esos juegos no juego…

– Oye, Profesor -dice el Guia desconcertado-, ¿qué le pasa? ¡Dile algo!

El Profesor se encoge de hombros.

– ¿Cómo es eso? -pregunta él Guia-. ¿Yo voy en busca de salud para mi hija, para mi desdichada Monita, y resulta que recibo no se sabe qué?

– Se sabe -pronuncia cariñoso el Profesor-. Todo se sabe perfectamente.

– Déjelo ya -le interrumpe el Escritor, y se hace de nuevo un silencio embarazoso.

Después el Guia dice huraño:

– ¡Basta! ¡En pie!

El Profesor va delante sombrio, le sigue el Escritor y tras este, casi pisándole los talones, el Guia.

– Bueno, no voy a mentir -refunfuña-. Cuando sali yo no pensaba en la Monita, es cierto… ¡Pero ahora! ¡Por ella soy capaz de morderle la nuez a cualquiera! Y tú me dices…

– Oye, deja de murmurar -dice el Escritor sin volverse-. ¿Por qué te metes conmigo? Yo no sé lo que tú de verdad quieres. ¡Y tú tampoco! Y por Dios, no te distraigas. Mira el camino… Lo único que nos falta ahora es darnos un trastazo…

Delante en la trémula calina se ve cl cangilón alzado de una excavadora herrumbrosa.

Y por fin se detienen ante la suave pendiente que lleva a Aquel Mismo Lugar y miran hechizados abajo, al vallejuelo mágico. El Guia escudriña la cuesta y advierte en la mohosa pendiente unas raras manchas negras.

– Bueno, ¡pueden decir que tienen suerte, muchachos! -dice con voz ahogada-. Estiró la pata.

– ¿Quien? -inquiere pasado un momento el Profesor.

– EI matarife. ¿Ven esos mocos negros? Ha estirado la pata el sapo. ¡Se acabó! Podemos ir sin temor.

– Ve usted, un matarife… -dice el Escritor satisfecho, y se sienta en el suelo-. Bonito nombre.

– ¡Más bonito no puede ser, hermano! Aqui fue donde el Zorro gastó su última ganziúa de carne y hueso. Se apodaba Kaschei el Inmortal, un tontuelo jovencito…

– ¿Y tú también me habrias empujado aqui? -interroga el Profesor-. ¿A mi? ¿A manos del matarife?

– ¿Pues qué te has creido? El tubo y el matarife algo valen. Aqui só1o asi se puede salir adelante. No hay más que una probabilidad de cada cuatro… ¡Una loteria! Pero en la Zona no se juega a juegos de azar…

– Es inconcebible -dice el Escritor-. Atravesar estos cerros mortales, asesinar a dos amigos y todo por una bolsa de dinero…

– En primer lugar -dice con dureza el Guia-, aqui no se viene con amigos. Además, el stalker no suele tener amigos. Su amigo es é1 mismo. Y, en segundo lugar, por dinero se hacen cosas más tremendas. ¿O vives en la Luna?

– ¿Y si yo no hubiera ido? -pregunta el Profesor.

– ¡Basta ya! -grita el Guia-. Hubiéra ido o no hubiéra ido… ¡Hemos tenido suerte y se acabó! El tubo resultó vacio, el matarife estiró la pata, ¿creen que soy un sádico? ¿Piensan que me llenaba de alegria tener que mandarlos a la muerte? Bueno, ¿quién quiere ir primero? ¿No quieres ser tú? -dice al Escritor-. Te lo has merecido…

El Escritor mueve enérgicamente la cabeza.

– No. Ya he dicho que no voy. Simplemente quiero mirar esa maravilla con mis propios ojos, Soy un escéptico.

– ¡Puf! ¡No tengas miedo, te digo que ha estirado la pata! Bueno, si quieres, yo iré primero. ¿Tú no estás en contra? -pregunta al Profesor.

– Vaya, vaya… no faltaba más -responde el Profesor-. Yo nunca pensé acercarme alli ni pedir…

– ¿Cómo que no pensaste? -profiere malévolo el Guia-. Entonces, ¿a qué has venido aqui? Porque yo no te convenci para que vinieras… Tú mismo lo pediste, ¡ofreciste dinero!¿Cómo que no pensaste?

En vez de responder, el Profesor imita al Escritor y se sienta en el suelo, poniendo la mochila entre las rodillas.

– ¡Qué barbaridad! jMiren si son idiotas! -dice desconcertado el Guia-. Han arriesgado la vida, han pasado por todo, han llegado ¡y miren con lo que salen! ¡Se sientan tan tranquilos!

– Y hacemos bien -dice el Escritor-. Siéntate tú también. Hay que descansar un poco antes del regreso.

– Este tonto se ha quedado calvo, a ése lo espera la policia en la ciudad… ¡Pide por lo menos que te devuelvan el pelo!

– Quien perdió la cabeza no llora por el pelo -dice el Escritor-. ¡Déjalo estar, Angel de la guarda, no te ofendas! Siéntate con nosotros, tomaremos un bocado, beberemos un trago de coñac… y a casita con la ayuda de Dios.

– ¡Eso faltaba!¡A casita! -grita el Guia crispando los puños. Da media vuelta resueltamente y se encamina hacia la cuesta. Sus pasos muy decididos al primer momento van perdiendo energia hasta que se detiene desconcertado. Después da media vuelta y con la misma decisión regresa sobre sus pasos.

– ¡Está bien! ¿Puedes explicarme por qué no vas tú? -dice al Escritor-. ¡Pero francamente y sin charlataneria!

– No tengo inconveniente. Me da miedo. No me conozco y no me fió de mi. Lo único que sé con toda seguridad es una cosa: a lo largo de mi vida en mi alma se ha acumulado mucha porqueria. No quiero echarsela encima a la gente y luego, como, el Zorro, meter el cuello en la soga. Vale más darme a la borrachera tranquila y pacificamente en mi asquerosa quinta. ¡Ánda, anda! Pero no creas que porque estamos vivos no nos has asesinado. ¡Nos has asesinado, nos has asesinado! Aunque estamos vivos. Y no confies. ¿En qué puedes confiar con un natural como el tuyo? Lloras 1ágrimas de arrepentimiento por tu hijita… Tú, perdóname, pero eres como aquel bandido que tenia los brazos manchados de sangre hasta los codos y llevaba en el pecho un tatuaje que decia: --No olvido a mi madre querida--… Cálmate, Stalker. No nos hemos desarrollado suficientemente para merecer Este Lugar, no teniamos que haber venido aqui en busca de la felicidad…

– Si hubiera estado limpio de polvo y paja es posible que yo tampoco hubiera venido!-grita iracundo el Guia.

– Hablá la burra de Balaam! -profiére sofiador el Escritor.

– No comprendo -farfulla el Guia, menéando desesperado la cabeza-. Yo no comprendo…

– ¡Suerte que tienes si no comprendes! Vete allá y lo comprenderdá en seguida, pero entonces ya…¡perdona! Porque tú siempre te has puesto muy alto, más que todos los demás… Hombre de hierro,altivo y libre, pero, en realidad eres un bestia y nada más. Y volverás de alli hecho un tullido, arrastrándote como una liendre medio muerta y cubierto de verguenza o hecho una fiera tal que en comparación contigo el Zorro parecera un Angel. Se acabó. ¡Déjame en paz!

Mientras discutian, el Profesor habia sacado de la mochila un macizo cilindro al que el sol arrancaba pálidos destellos. El cilindre, no tenia esferas ni escalas, só1o un disco parecido al del teléfono en el centro, de la parte superior.

– ¿Qué es eso, Profesor? -pregunta el Escritor.

– Una mina atómica.

– ¡Atómica?

– Si. De veinte kilotones.

– ¿De dónde la sacó usted? ¿Y para qué?

– La montamos entre mis amigos y yo… quiero decir, mis antiquos colegas. Decidimos que hay que destruir este lugar. Yo sigo pensando lo mismo. No da ninguna felicidad a nadie. Pero si cae en malas manos… Da miedo pensarlo. Pero ahora ya no sé… Después empezaron a decir que esto es una maravilla y una esperanza, que no se puede matar una maravilla y que no hay que matar la esperanza. Reñimos. Solamente los cientificos saben reñir así. Ellos escondieron esta mina, pero yo la encontré.. -Alza los ojos-. ¿Ustedes comprenden? Yo sigo completamente seguro de que todo esto hay que volarlo y que se lo lleve el diablo. Es muy fácil: se marcan cuatro números y dentro de una hora… En fin, jamás volverá a venir nadie aqui.

Calla un rato, despuésañadió:

– Y jamás en la Tierra volverá a haber un lugar asi.

– Pobrecillo… -dice bajito el Escritor-. Vaya un problemita que se ha buscado…

– Comprenden, es un principio general -dice el Profesor-. No hagas nunca nada irreversible. Pero mientras esta lacra esté abierta aqui, para nadie habrá descanso ni sosiego… Ni descanso ni sosiego…

Y en este momento estalla el Guia.

– ¡Malditos séan! ¿A qué diantre me habré juntado con ustedes? -brama-. ¡Intelectuales de pacotilla! ¡Charlatanes! ¡Debia haber ido, haber tomado el dinero, sin saber ni pensar en nada, viviria a todo tren, como viven las personas! iMe han armado, un lio! ¡Me han roido el alma, parásitos! ¿Y qué hago ahora yo? ¿Eh? ¡No puedo hacer nada! No puedo ir allá ni quedarme aqui… ¿Quiere decir que todo ha sido infitil ni habria nunca nada más?

Agarra al Profesor de los hombros.

– ¡Entonces vuélalo, mándalo al infierno! ¡Entonces que no sea para nadie! ¡Al menos será de algún provecho!

Se lleva las manos a la cabeza y se bambolea. Luego repentinamente queda inmóvil.

– ¡Oye! -susurra con voz ronca a la cara del Escritor-. Bien, yo no valgo… Pero ¿y mi mujer? Por mi hija, ¿eh? iNo yo, no yo, mi mujer! Es una santa, lo único que tiene es a la Monita. Mi mujer, ¿eh?

Sé abalanza al Profesor.

– ¡No! ¡No hagas eso! ¡No se debe! ¡No la toques! No hay otra esperanza!

EI Profesor aparta sus manos. El Escritor y el Guia contemplan hechizados cómo el Profesor desenrosca con esfuerzo la parte superior del cilindro, la levanta, arranca unos cables que salen de alli y empieza a desmontar y romper, arrojando lejos pieza tras pieza.

En este momento se pone el sol y sobreviene la oscuridad.



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