PARTE 3. La Zona

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– ¡No es eso! “Quién y para qué?” ¿Para que sirven sus conocimientos? ¿que conciencia se hará más pura con ellos? ¿Que conciencia se dolerá? ¿La mía? Yo no tengo conciencia, no tengo más que nervios. Me critica cualquier canalla: abre una herida. Me alaba otro canalla: Otra herida más… ¡A ellos les da igual lo que yo escriba! ¡Se lo tragan todo! Pones el alma, pones tu corazón, y se tragan el alma y el corazón. Sacas la porquería de tu alma y se tragan la porquería… Les da igual qué tragar. Todos sin excepción son gente instruida, todos tienen hambre sensorial… Y todos ronronean, ronronean a mi alrededor: periodistas, redactores, críticos, damas interminables… ¡Pero luego se jactan delante de sus maridos que yo me digné a dormir con ellas! Y todos exigen: ¡dame, dame! Y yo doy, y siento ya asco, hace tiempo que deje de ser escritor… Qué escritor del diablo soy yo si odio escribir, si para mi escribir es un martirio, una ocupación desagradable y vergonzosa, algo así como una dolorosa función fisiológica…

Calla súbitamente y permanece un rato con los ojos cerrados. Un tic nervioso contrae su rostro.

– Yo antes creia que era necesario para ellos -prosigue en voz baja-. Yo creia que alguien se hacia mejor y más honrado después de haber leido mis libros. Más puro, más bueno… No soy necesario para nadie. Lo único que tengo es la quinta. Con cuarto de baño. Me moriré, y a los dos dias me habrán olvidado y se podrán a devorar a otro cualquiera. ¿Se puede dejar todo esto asi? Yo queria rehacerlos a mi imagen y semejanza. Pero ellos me han rehecho a mi a su manera. Antes el futuro era só1o la repetición del presente, y todos los cambios se vislumbraban tras lejanos horizontes. Ahora no hay ningún futuro. Se ha unido con el presente. Pero ¿están preparados para eso? Yo intenté prepararlos, pero no quieren prepararse, les da todo igual, no hacen más que tragar.

– Vehemencia… -dice despacio el Profesor-. Mucha vehemencia… ¡Pero usted esta dispuesto a hacer el bien a todos, señor Escritor!

– ¡Déjeme en paz! -responde el otro sin abrir los ojos.

– No, no, porque eso es muy peligroso, ¿se da cuenta? ¡Un benefactor vehemente!

El Escritor se sienta de un tirón y mira furioso al Profesor.

– ¿Qué es peligroso? ¿Qué es peligroso? Yo quiero tranquilidad, ¿entiende? ¡Tranquilidad!

– Entiendo. Pero usted no se retira ahora al desierto a buscar una vida tranquila. ¡Usted va a la Zona! ¡A ese mismo lugar!

El Escritor se echa nuevamente de espaldas y se tapa los ojos con la palma de la mano.

– Oiga, yo no quiero discutir con usted. De la discusión nace la luz, ¡maldita sea!…
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